Acompañando a Gabriel García Márquez: La anécdota detrás de la Reunión Norte-Sur

Por Dr. Miguel Borge Martín

En octubre de 1981, Cancún fue sede de un evento histórico que marcó el inicio de su proyección internacional como destino turístico y punto clave en la geopolítica mundial: la Reunión Norte-Sur. Este encuentro congregó a líderes de 22 países, incluyendo figuras de la talla de Ronald Reagan, Margaret Thatcher, François Mitterrand, Pierre Trudeau, Indira Gandhi y el anfitrión, el presidente de México, José López Portillo. Durante dos días, Cancún fue epicentro de discusiones sobre cooperación global y desarrollo, consolidando su relevancia más allá del turismo.

La llegada de García Márquez

En ese contexto, Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura, arribó a Cancún acompañado por el director del prestigioso semanario francés Nouvel Observateur. La periodista que debía acompañarlos nunca llegó, lo que cambió los planes originales y dio pie a una experiencia tan fascinante como peculiar. A cargo de atenderlos quedó su servidor, Miguel Borge Martín, entonces Secretario de Desarrollo Económico y oriundo de Cozumel, por mi dominio del francés y conocimiento de la región fui designado por el gobernador Pedro Joaquín Coldwell para recibir a los distinguidos visitantes.

Una llegada turbulenta

El viaje hacia Cozumel, planeado para mostrar las maravillas de la isla antes del inicio oficial de la cumbre, comenzó con un incidente aéreo memorable. Mientras el jet ejecutivo Cessna-Citation II se aproximaba para aterrizar, una avioneta cruzó inesperadamente la pista. El capitán Del Rosal maniobró hábilmente para evitar un accidente, pero las alarmas ensordecedoras y la reacción visceral de García Márquez marcaron el inicio de una travesía que parecía salida de una de sus novelas. «Les tenía animadversión a los aviones», comentaría más tarde el anfitrión, recordando los coloridos improperios del escritor.

Historias de realismo mágico en Cozumel

Ya en Cozumel, los visitantes embarcaron rumbo al sur de la isla, donde los esperaba un banquete preparado con esmero. Dos buzos locales recolectaron langosta y caracol frescos que serían el plato principal. Durante el recorrido, García Márquez mostró especial interés por las historias cotidianas de la isla, preguntando si allí ocurrían eventos que parecieran irreales pero eran parte de la vida diaria.

Su servidor le compartió relatos que mezclaban lo cotidiano con lo extraordinario, como pescados que debían cubrirse bajo la luz de la luna para que no se echaran a perder, o árboles que solo podían cortarse en ciertas fases lunares para garantizar su durabilidad. Estas anécdotas, aparentemente simples, cautivaron al Nobel, quien las escuchaba con atención mientras observaba la reacción del periodista francés.

Las sorpresas del día

La jornada no estuvo exenta de contratiempos. Aunque la comida preparada era un festín digno de los dioses, resultó que tanto García Márquez como su acompañante tenían restricciones alimenticias que les impedían disfrutar de los manjares. Se improvisó una solución para evitar que los ilustres invitados quedaran con el estómago vacío, dejando como aprendizaje que incluso los planes más meticulosos pueden torcerse inesperadamente.

Un recuerdo inolvidable

De regreso a Cancún, la travesía llegó a su fin. Para su servidor, aquel día no fue solo una misión diplomática, sino una experiencia que mezcló la adrenalina, el asombro y el privilegio de haber compartido momentos con una de las mentes más brillantes de la literatura universal.

Recuerdo que “fue un viaje interesante y poco común. Una de esas anécdotas que no se pueden olvidar”.

Así, entre relatos mágicos, vuelos turbulentos y comidas improvisadas, Gabriel García Márquez dejó su huella en las aguas de Cozumel, enriqueciendo la historia de aquel emblemático evento que, cuatro décadas después, sigue siendo un referente del diálogo global y un hito en la memoria de quienes tuvieron el privilegio de vivirlo de cerca.

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