
Miguel Borge Martín /columna invitada
Estando en Londres fui a visitar el Museo de Historia Natural, que exhibe una gran colección de las ciencias naturales. /En mi recorrido por el museo, observé que algunas exposiciones guardaban similitud -no coincidían al 100%- con las clasificaciones que los mayas utilizaban, por ejemplo, para los suelos, las plantas, las plantas medicinales, las rocas, etc. /Esto me llevó a pensar que se podría construir “un museo como el que hubiesen construido las mayas, si ellos hubieran construido museos”. /De ahí que años después, yo le llamara al Museo de la Cultura Maya, “el Museo de la Autovisión Maya”.
El enfoque anterior de un museo así, no sólo se me quedó grabado, sino que encajaba además en un concepto que yo había imaginado desde hacía algunos años, cuando era Senador de la República o antes: “Que las capitales de los estados debían contar, como parte importante de la estructura urbana, de un Palacio de Gobierno con una Gran Plaza al frente, una Catedral, una Universidad, una Biblioteca Central, un Teatro de la Ciudad y un Museo”. /Esta idea orientó parte de nuestras acciones desde el Gobierno del Estado, cuando ya era Gobernador. /Pudimos convertir en realidad la Universidad y el Museo de la Cultura Maya, y se avanzó al 100% en el proyecto ejecutivo del gran Teatro de la Ciudad, pero un par de detalles frustraron nuestras intenciones cuando ya quedaba poco tiempo para que el sexenio terminara.
Me quedaba claro que había que hacer ese Museo de la Autovisión Maya para enriquecernos en el conocimiento y difusión de una de nuestras raíces, y para enaltecer y darle un mejor estatus a la estructura urbana de Chetumal, la capital de Quintana Roo. /Con estas convicciones nos pusimos “manos a la obra”. /No descarté de mis ideas, que después se pudiesen hacer otros museos con diferentes temáticas (el chicle, la madera, el manatí, el Caribe, etc.), que le diesen otra jerarquía a Chetumal, convirtiéndola en la ciudad de los museos.
La Comisión Federal de Electricidad (CFE) había dejado de utilizar las instalaciones de su planta termoeléctrica, ubicada en el costado norte del Mercado Altamirano, y ese parecía ser un buen lugar para construir el Museo y darle mayor realce a la Plaza Chactemal. /Hicimos las gestiones pertinentes y la CFE nos entregó sus instalaciones a cambio de terrenos para su Subestación Norte en la Av. Maxuxac. /Tomó alrededor de 1 mes desmantelar los tanques de combustible y limpiar el sótano de los aceites residuales de los motores diésel de la termoeléctrica. /Luego hubo que retirar cristales, paredes y techos, dejando como aprovechables las columnas del edificio principal, para después demoler construcciones donde se encontraban oficinas y la barda perimetral.
Requeríamos de los conocimientos y del trabajo de un Museógrafo que se encargara del diseño de las presentaciones, la planificación del espacio, la integración de tecnologías interactivas y otras tareas de gran importancia en el bosquejo y la construcción de los montajes necesarios, etc., y ahí estaba el Arquitecto y Museógrafo Jorge Agostoni, uno de los profesionales mexicanos más destacados en el manejo y creación del lenguaje museográfico. /Agostoni aceptó la tarea y le gustó el concepto de la “autovisión maya”. /Formamos un grupo de estudiosos e investigadores locales encabezado por José Luis Ruz, para que lo apoyaran con información relevante sobre la cultura maya, y lo asesoraran en esta materia en caso necesario.
El proyecto arquitectónico del inmueble estuvo a cargo del Arq. Juan Janetti Díaz, quien interactuaba permanentemente con el Arq. Agostoni para generar los espacios requeridos por la museografía, y satisfacer al mismo tiempo, los requerimientos de operación del inmueble que, ¡desde hace 32 años!, podía ser recorrido en silla de ruedas, exceptuando el espacio ocupado por el inframundo.
Debo poner en relieve que el Museo de la Cultura Maya se diseñó como un museo interactivo, para que el visitante pudiera, a través de los televisores con Pantalla Táctil (“Touch Screen” en inglés), obtener información sobre plantas y animales de la región que aparecían en imagen, con sólo tocarlos en la pantalla del monitor. /También para que permitiera manejar algunas operaciones aritméticas con el sistema de base 20 (vigesimal) que utilizaban los mayas. /Al concluir mi sexenio falló la entrega de los televisores y la aplicación de la simulación que permitía predecir los eclipses como lo hacían los mayas, y por estos detalles faltantes, que ya estaban pagados, el 4 de Abril de 1993 solamente hicimos la presentación del Museo y no la inauguración.
El proyecto estructural del inmueble estuvo a cargo de la misma empresa que hizo el cálculo estructural de la Torre Pemex de la Ciudad de México que tiene 51 pisos. Las vigas de acero, capaces de dar soporte a una construcción de poco más de 17 metros de altura, se trajeron prefabricadas de Monterrey y sus puntos de soldadura fueron hechos por personal de Pemex con experiencia, que llegó a Chetumal desde Campeche.
Siempre que regresaba a Chetumal después de un viaje, lo primero que hacía era visitar las obras que estaban en proceso, de manera especial la de la Universidad y la del Museo, para ver los avances y para alentar a los trabajadores, porque los sexenios son de 6 años y ya andábamos contra el reloj. /En una ocasión, al llegar me dijeron en el aeropuerto que se había producido un accidente en el Museo, porque se había desplomado una parte del techo aledaña al lobby. Me extrañó mucho la noticia, por el prestigio profesional del despacho que había hecho el diseño estructural. Se investigó lo que había pasado y resultó que, por un lado, no se había puesto una trabe, y por otro, se había concentrado una carga muerta de calcreto en esa zona. /Afortunadamente el caso no tuvo mayores consecuencias.
La construcción del inmueble la realizó por administración la Secretaría Estatal de Obras Públicas, a cargo del Ingeniero Manuel C. Díaz Carvajal, contando con la colaboración de varios ingenieros y arquitectos radicados en Chetumal. /Gracias a todos ellos y al entusiasmo que pusieron en el cumplimiento de sus tareas, fue posible culminar prácticamente la totalidad de la obra del Museo al concluir el sexenio. /Solo faltó la instalación de los monitores de televisión con pantalla táctil que no habían llegado, y la instalación del simulador de eclipses que nunca se colocó.
Estar en el Museo siempre produce una sensación que es, al mismo tiempo, agradable e interesante. /Los pisos de mármol verde de Tikal producen un efecto visual único, y la ambientación, simulando la vegetación y los sonidos de pájaros de una zona de clima tropical húmedo, son parte importante de la experiencia que vive el visitante. /No resultó fácil crear artificialmente la vegetación con el ambiente de una selva tropical con árboles, bejucos, flores, troncos y raíces a semejanza de una selva original. /Al caminar por estos espacios, encontramos un piso de cristal que nos permite ver desde arriba, como si voláramos, construcciones a escala de varias ciudades mayas, todas con la misma orientación.
Tampoco fue sencillo construir la escenografía del inframundo incrustado en el subsuelo al fondo de la planta baja, pero era necesario porque forma parte del recorrido que lleva al visitante a ubicarse en la cosmovisión maya de la conexión intrínseca existente entre el Cielo, la Tierra y el Inframundo. /Un universo estructurado en 3 niveles conectados a través del árbol sagrado, una gigantesca ceiba o yaxché, que va desde el inframundo hasta el cielo decorado con un mapa estelar. /Esta ceiba está siempre presente en el recorrido de cada uno de los niveles del edificio del Museo.
Como no es fácil que uno se dé cuenta, debo decir que Chetumal se encuentra simultáneamente más cerca de todos los sitios de interés arqueológico en Mesoamérica, que cualquier otra ciudad de la región. Si tomamos un compás y hacemos centro en diferentes ciudades para trazar círculos, el círculo de menor radio con mayor cobertura de zonas arqueológicas relevantes en la región mesoamericana tiene su centro en Chetumal, lo que hace que el Museo de la Cultura Maya afiance tal situación, para hacer de Chetumal, la Capital de Quintana Roo, un punto de referencia para todos aquellos que aprecian la riqueza de la gran Cultura Maya, cuyo período de esplendor se dio entre los Siglos III y IX de nuestra era.
El Museo de la Cultura Maya no es una exposición inerme o estática, de objetos arqueológicos materiales. Fue en sus inicios, y debería seguir siéndolo en nuestros días, un concepto nuevo que presenta la autovisión maya de su propia cultura, apoyada en los elementos tecnológicos disponibles, que permiten que la exposición sea interactiva. /Quien lo visite podrá apreciar de manera integral cómo eran los mayas en la astronomía, la arquitectura, la medicina, la organización social, la agricultura, las matemáticas y su visión cosmológica del hombre y del universo.
Sus espacios anexos, le permiten al Museo entrar en relación directa con la comunidad a través de su sala de lectura, salones de exposiciones temporales, auditorio para 135 personas, talleres didácticos y de restauración, y otros espacios disponibles. De manera particular, debo decir que la conceptualización del Museo de la Cultura Maya como una entidad activa, incluyó que, como parte de sus tareas, llevara a cabo actividades y programas de investigación que contribuyeran a difundir con mayor amplitud, precisión y certidumbre la función de divulgación que el Museo debía llevar a cabo.
Nuestra inolvidable Tere Gamboa (María Teresa Gamboa Gamboa), tuvo una manera muy especial y hermosa de referirse al Museo de la Cultura Maya con las siguientes palabras:
“Por primera vez el pasado cobra vida. Se acerca, nos llama, nos cautiva y nos atrapa para sumergirnos en ese mundo mágico, misterioso y sabio. El Museo de la Cultura Maya abre sus puertas para revitalizar nuestra identidad y salir fortalecidos en la construcción del presente y de los años por venir. Llamado a ser único en su género, muestra a propios y extraños la cultura de mayor impacto en Mesoamérica. Un Museo vivo en el que la moderna tecnología brinda al visitante la posibilidad de ver, oír, tocar, oler y sentir el mundo de los mayas, en forma didáctica, amena y espectacular”.