DESTRIPACUENTOS
Por Antonio Callejo

Cancún, Quintana Roo. – Hay una forma particularmente reveladora de la falta de educación: la de quien trata mal a sus invitados. No se trata sólo de modales, sino de ética.
Implica una responsabilidad básica: el respeto a quien acepta estar ahí, aun cuando piense distinto o no coincida con las ideas del anfitrión.
El maltrato al invitado suele justificarse con franqueza mal entendida, con el derecho a “decir las cosas de frente” o con la falsa autoridad que da sentirse dueño del espacio. Pero la cortesía no anula la crítica ni la discrepancia; lo que hace es colocarla en un terreno civilizado. Despreciar, no reconocer la valía del invitad, no exhibe fortaleza intelectual, sino inseguridad y debilidad de carácter.




Quien recibe a alguien y lo agrede, pierde más de lo que gana. Se descalifica a sí mismo, empobrece el diálogo y le resta significado a la reunión. En contraste, el anfitrión que escucha, que cuida las formas y que dialoga con respeto eleva la conversación y se eleva él mismo.
Al final, la verdadera autoridad no se impone con malos tratos. Se construye con educación, cortesía y ética. Porque incluso —y sobre todo— cuando se invita al otro, la calidad humana se mide por la manera de tratarlo.
Pero, como dice el dicho: no se le pueden pedir peras al olmo.
