Primeras grietas del segundo piso: Adán Augusto y Monreal

+ Y la presidenta Claudia Sheinbaum aprovecha para tomar el control. No se olvidan los errores, como postergar la Ley Anti-nepotismo, el vuelo en el helicóptero de Pedro Haces; ahora la cercanía con el líder de `La barredora´ en Tabasco, y el nuevo viaje a Europa de Monreal

Por Antonio Callejo

DESTRIPACUENTOS

Cancún, Quintana Roo. – Desde su llegada al poder, Claudia Sheinbaum ha enfrentado una pregunta inevitable: ¿logrará ejercer liderazgo real sobre la clase política de la autodenominada Cuarta Transformación, sin el cobijo directo de Andrés Manuel López Obrador? La duda no era menor, pues el expresidente gobernó con una notable concentración de poder y un estilo vertical que mantuvo unificado, aunque a veces a la fuerza, al movimiento.

Poco tiempo ha pasado y ya se exhiben grietas. Ricardo Monreal y Adán Augusto López Hernández, los dos dirigentes más relevantes del obradorismo después de Sheinbaum, han protagonizado episodios que reflejan un distanciamiento con la nueva presidenta. Ambos compitieron con ella en la interna por la candidatura presidencial; ambos se quedaron cortos. Y hoy, el precio de aquella competencia empieza a cobrarse.

La aprobación y posterior ajuste de la llamada “ley antinepotismo” —que fue matizada para posponer su entrada en vigor— dejó ver un juego político ajeno a la voluntad presidencial. El saludo público de ambos con Andy López Beltrán, el hijo del expresidente, tampoco cayó bien en Palacio Nacional. Peor aún, Monreal tuvo que ofrecer disculpas tras volar en un helicóptero propiedad de Pedro Haces, sindicalista afín a Morena. Y recientemente, Adán Augusto se ha visto salpicado por denuncias que lo vinculan con un líder criminal al que habría nombrado secretario de seguridad en Tabasco.

La respuesta de Sheinbaum ha sido medida, pero firme. Aunque no los ha vapuleado ni los ha excluido de plano, sí les ha exigido explicaciones. Lo que antes era impensable —una presidenta marcando distancia con antiguos “corcholatas” y pesos pesados del movimiento— hoy es una realidad.

Este conjunto de eventos pone en evidencia una verdad incómoda: la Cuarta Transformación no es un bloque monolítico. El discurso de unidad apenas resiste el embate de los intereses personales. Las ambiciones siguen latentes y, en algunos casos, desbordadas. Pero hay una diferencia: Claudia Sheinbaum no parece dispuesta a permitir que la desobedezcan sin consecuencias.

Cada error de sus adversarios internos es, para ella, una oportunidad para reforzar su autoridad. En tan poco tiempo, la presidenta ha dado señales claras de que tomará las riendas con decisión. La pregunta ahora no es si puede liderar sin López Obrador, sino hasta qué punto está dispuesta a disciplinar al movimiento que lo llevó al poder.

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