
Por Marcelo Callejo
Viernes por la noche, 11 en punto. Mientras buena parte de la ciudad se prepara para dormir o salir a divertirse, en el Autódromo de Cancún comienza otro tipo de ritual: motores rugiendo, luces encendidas y una comunidad de apasionados por la velocidad lista para una nueva jornada de arrancones.
Una treintena de vehículos —autos modificados y motocicletas por igual— desfilaron por la pista para competir en turnos, dos en dos, bajo la atenta mirada de unos 100 asistentes. Jóvenes, adultos e incluso niños formaron parte del público, que disfrutó durante unas dos horas de un espectáculo cargado de adrenalina, emoción y, sobre todo, camaradería.









Lejos de estereotipos o prácticas clandestinas, aquí todo está organizado. Hay medidas de seguridad, un ambiente controlado y, más importante aún, un espíritu colectivo que da sentido al evento. No es solo correr: es compartir, mostrar avances mecánicos, reencontrarse con amigos y formar parte de una escena que lleva años consolidándose en Cancún.
Además del público general, no faltaron los fotógrafos y videoastas que, cámara en mano, buscaban capturar las mejores tomas del asfalto, los vehículos y los momentos más vibrantes de la noche. La estética de los autos, el sonido de los escapes y la velocidad pura son un festín visual y auditivo que se presta para documentar.
Fue una noche divertida, intensa y, como siempre, segura. Porque aquí, en el autódromo, la velocidad tiene reglas, la pasión tiene cauce y la comunidad, un lugar donde encontrarse.